¿Qué pasa cuando las tecnologías se instalan en la cotidianeidad?

Padres y chicos hiperconectados

Más allá de lo que nos genere asombro, preocupación, e intranquilidad, sobran indicadores que señalan que las nuevas tecnologías informáticas parecen haber llegado a nuestras vidas para quedarse, acarreando con ellas profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida social: en las ciencias, la industria, el mundo de las comunicaciones y, como era de esperar, en nuestra cotidianeidad, es decir, en nuestros trabajos, en las aulas, y por supuesto, en nuestras casas.

Si bien hace ya un tiempo vienen generando inquietudes entre quienes nos dedicamos a trabajar en ámbitos vinculados a la salud mental y a la educación, el vertiginoso avance de sus innovaciones no termina de generarnos permanentemente nuevos interrogantes y problemas, para los cuales -debemos reconocerlo-  tenemos cada día más preguntas que respuestas. Con esto, lo que quiero decir es que “nos debemos tiempo para pensar”, para analizar críticamente los alcances y las implicancias de su impacto sobre las subjetividades contemporáneas, es decir, sobre los nuevos modos de ser, estar, pensar, sentir y comunicarnos que estamos adoptando “todos” en los últimos tiempos.

De manera particular, resulta fundamental que nos ocupemos de comprender su incidencia en los procesos de constitución subjetiva de los niños y jóvenes de hoy, a quienes no por casualidad algunos llaman “nativos digitales”, para no caer luego en el error de “patologizar” sus comportamientos, conductas y  expresiones por el sólo hecho que nos resultan extrañas o diferentes a las que esperábamos encontrar, es decir, distintas a aquellas que conocíamos.

Pensemos por ejemplo en la llamativa cantidad de niños a los que hoy se diagnostica y luego se los medica con psico-estimulantes  por ADD-H (Trastorno por Déficit Atencional con o sin Hiperactividad) cuando en realidad, de lo que se trata la mayoría de las veces es de chicos con novedosas modalidades de prestar atención, “estilo zapping”, y de dificultades para regular su impulsividad, producto de un prototipo social en el que impera la ley del “todo, ya “ como nos enseñan los medios a través de la publicidad.

En este sentido, lo que me interesa subrayar es que no parece justo que -como sociedad- reneguemos de aquello mismo que producimos en nuestros niños y jóvenes, atribuyéndole luego a “supuestas causas biológicas”, estilos de comportamiento, modos de sentir, pensar, aprender y comunicarnos que, nosotros mismos, hemos contribuido a producir en ellos.

Antes de decidir si nos gusta o no, o que luego observemos que puedan no resultar funcionales a lo que se les pide en las escuelas, me parece necesario que -como adultos- nos detengamos a pensar en la hiperexcitabilidad, la hiperactividad, o su contrapartida, la abulia, el aburrimiento y la  hiperdemanda que caracteriza a los niños de hoy, como aquellas marcas que dejan en ellos, sujetos en pleno proceso de constitución de su subjetividad, estas nuevas experiencias subjetivas que acarrean las largas horas que ocupan frente a las pantallas de TV (con dibujitos en continuado durante 24 hs al día) o mientras interactúan con jueguitos a los que acceden a través de distintos tipos de dispositivos (celulares, las tablets, netbooks, etc) en cualquier sitio en el que se encuentren -solos o acompañados- (porque para el caso, es lo mismo).

Al respecto, me parece importante recordar una frase de una prestigiosa investigadora argentina sobre estos temas y que lamentablemente  ya no esta con nosotros, Cristina Corea, que decía: “El verdadero desamparo que padecen los niños hoy es el desamparo de un pensamiento que realmente los piense”. Y los niños y jóvenes de hoy no están desamparados por adultos particularmente irresponsables, ineptos o inmaduros (aunque en muchos casos esto también sucede), sino porque los modos en que ellos piensan, cómo ellos se constituyen y operan, escapan a las modalidades más o menos establecidas de pensarlos. Para cualquier adulto, un libro por ejemplo, es un hecho culturalmente inobjetable, mientras que la televisión, en principio, no lo es. Hay que trabajar mucho para que se entienda que a partir de un programa de televisión también se puede pensar, o para entender que a través de INTERNET también se pueden aprender muchas cosas. Pero en todos los casos, el requisito para que esto suceda, tiene que ver con el encuentro, con el espacio y el tiempo compartido entre los adultos y los chicos.

En otras palabras, el impacto de las nuevas tecnologías y sus efectos sobre los nuevos estilos de convivencia familiar y de crianza de los niños y jóvenes constituyen una realidad de la que no podemos escapar -aunque no nos guste, o nos resulte sospechosa-. Sí sabemos sin embargo que, como ocurre con cualquier tipo de acontecimiento novedoso que llega a nuestras vidas, el encuentro con la novedad mediado por Otros significativos resulta por lo general mejor metabolizado. En este sentido y pensando en los niños y adolescentes, creo que la presencia cercana de un adulto responsable resulta imprescindible, tanto para contener los desbordes como para poner límites ante los excesos, que por lo general no hacen bien a nadie- tal como suele suceder cuando se traspasa esa línea sutil que distingue el “buen uso” (del usuario inteligente) del “abuso” (prácticas éstas más ligada con las adicciones).

La presencia de un adulto-referente no puede faltarle nunca a un niño, ni a un adolescente sin que sus efectos no sean siempre negativos. Y cuando hablo de “presencia” no me refiero de manera simplista al “estar presente físicamente”, mientras, paralelamente se está inmerso en otro mundo,  su propio mundo virtual,  la red de contactos laborales, sociales del adulto. Ese tipo de presencia es francamente desoladora y deja a los niños inmersos en un estado de desamparo que no será sin consecuencias.

En este sentido, resulta pertinente recordar que –según los especialistas-el requisito fundamental que permite hoy definir a una “familia” como tal -ante la irrupción de las novedosas configuraciones que éstas adoptan en los tiempos actuales (monoparentales, ensambladas, etc.)- no es otra cosa más que el poder hablar de una red vincular abierta (en interacción permanente con el contexto socio cultural) que se constituye en condición necesaria e imprescindible para la construcción del psiquismo infantil mientras colabora en su apuntalamiento inter subjetivo hasta que éste llegue a su madurez. Esto significa que para que podamos hablar “familia”, tenemos que poder reconocer hacia el interior de la misma, mínimamente, la presencia de un adulto responsable y  “a cargo” del cuidado, la crianza y la educación de un niño. Un adulto a cargo de la crianza de un niño, con tiempos y espacios dedicados especialmente a su “atención” y cuidado,  eso ya es una familia. Mientras que, aunque resulte paradójico, la convivencia de uno o varios “adultos” “junto” a sus hijos menores, en una relación simétrica de pares/amigos (como vemos que sucede frecuentemente con las familias de adolescentes, o como la que se observa en una escena en la playa donde cada uno de los integrantes del supuesto grupo familiar se encuentra ensimismado en su respectiva pantalla ) no reúne los requisitos necesarios para garantizar a los hijos las mejores condiciones para su desarrollo y constituye – lamentablemente – lo que los especialistas en psicopatología infanto-juvenil denominan, en el mejor de los casos, “una familia disfuncional”.

En la actualidad, advierte M.C. Rojas-se perfila como “mito cultural” un niño autosuficiente de modos adultos, escasamente necesitado de los Otros y apto para formar -a partir de una suerte de “saber innato”- sus propias decisiones desde temprana edad. Este mito habilita prácticas de crianza que sólo promueven la desatención de niños y adolescentes

El “desatender a los niños” constituye una conflictiva familiar que acarrea efectos no menores sobre la subjetividad de las nuevas generaciones. Los niños necesitan “ser mirados”, “ser escuchados”. Que los “Otros” le sostengan su mirada y su cuerpo; que se concentren en él. De lo contrario, puede que apele a algunas inconductas costosas para sí mismo (aislándose, o por el contrario haciendo berrinches, accidentándose frecuentemente o enfermándose)  para lograr convocar la atención de sus padres. Otra salida, a modo de fuga, es frecuente entre los adolescentes que se sumergen durante la mayor parte de su día y de la noche también  (alterando sensiblemente  sus ritmos de sueño) en un mundo virtual para interactuar, comunicarse con “otros”, “supuestos amigos de su facebok” que les presten atención…esa atención de la que carecen en su mundo real.

 

Dra. Gabriela Dueñas

Doctora en Psicología. Licenciada en Educación. Psicopedagoga.

dueñasProfesora Titular de Psicología del Desarrollo I y II y de la Maestría en Dificultades de Aprendizaje de la USAL. Coordinadora del Área de Educación de la UCSE. Sede Académica Bs As. Docente de distintos programas y carreras de Posgrado de la Facultad de Psicología de la UBA, la Universidad Nacional de Rosario y de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, entre otras. Supervisora de tareas ligadas al ejercicio de la Clínica Psicopedagógica en instituciones escolares y centros de salud/salud mental. Coordinadora del Proyecto Laboratorios Sociales en Argentina dirigido por el Dr Miguel Benasayag. Integrante del equipo de capacitación del Instituto de Estudios Superiores de la Corte de Justicia de la Provincia de Bs As en temáticas ligadas a la Ley Nacional de Salud Mental, Infancias y Derechos. Ex miembro fundadora del Forum Infancias e integrante del Colectivo Federal por los Derechos de las Infancias. Autora y compiladora de diversas obras.

 

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