Thomás Piketty: ¿Combatiendo al capital o salvando al capital?

Por Raúl Avila

La concentración de la riqueza en pocas manos genera desigualdad y pobreza haciendo más frágiles las democracias. Si queremos sociedades más justas e inclusivas -dentro del sistema capitalista actual- es necesario frenar la creciente concentración de riqueza escandalosa y perversa. ¿Vamos inevitablemente hacia un mundo más injusto y desigual? ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Cómo se hace para repartir mejor la riqueza? El economista francés Thomás Piketty nos provee algunas respuestas al problema en su libro: El capital en el siglo XXI.

El mundo actual es tremendamente injusto y desigual. Apenas “ocho” personas -lideradas por Bill Gates- poseen igual riqueza que la mitad de la población mundial. Pero los datos son aún peores. Hace un año este grupo de privilegiados era de 62 personas, el año anterior era de 80 y el anterior, de 92: “la riqueza se concentra cada vez en menos manos con una rapidez asombrosa”. Otro dato que pocas veces se anota provoca mayor temor: la franja media social y económica cae en porcentajes alarmantes primero hacia la pobreza y luego a la indigencia. Cada vez son menos los que tienen mucho de manera procaz y muchos los que tienen poco o nada. Si la tendencia se mantuviera el futuro de la realidad social es oscuro. No imaginamos el mundo ficción de la película Elysium donde los ricos viven en el espacio en un paraíso artificial y los pobres en el planeta devastado, superpoblado y de pobreza extrema (algo parecido a lo que en menor medida se da en barrios cerrados, countries o lugares exclusivos), tratamos de reflexionar acerca de cómo repartir la riqueza lo más equitativa posible evitando ello en una sociedad que ha cambiado a una sociedad líquida, al decir del gran sociólogo Zygmunt Bauman, en la cual, mal que nos pese, la solidez se ha desvanecido en el aire: familia, instituciones, trabajo, relaciones amorosas, Estado-Nación, etc.

Los dos mundos de Elysium

Piketty concluye en su tesis en que la desigualdad aumenta cuando la tasa de ganancia del “capital” es superior a la tasa de crecimiento económico, o cuando los que viven de rentas ganan más que los que trabajan. Hay algo de verdad en que nadie se hace rico trabajando. Supongamos el desempeño laboral del ejecutivo de finanzas y del profesional de la industria, es más probable que el primero se haga rico con poco esfuerzo y sin transpirar a que lo logre el segundo, por más talento o inteligencia que tenga en el oficio.

Ilustra la situación de ganadores y perdedores recurriendo al diálogo de dos personajes de una novela de Balzac -El padre Goriot-del siglo XIX. El cínico Vauntrin le explica al joven estudiante Rastignac que “los méritos, los estudios y el trabajo no conducen a ninguna parte sino la herencia y el patrimonio, la solución es casarse con la hija de un rico para vivir de su riqueza”. Para mayor claridad: “si uno quiere hacerse rico lo que no debe hacer es apostar a una carrera profesional”.

Piketty no se queda en la crítica sino que propone soluciones para contrarrestar el fenómeno de la concentración y bajar la inequidad social.

Primero, sugiere la aplicación de impuestos progresivos a las fortunas de los multi-millonarios y segundo, la implementación de políticas públicas en educación y conocimiento destinado a los sectores populares. Básicamente propone sacarles a los ricos y dárseles a los pobres. Bill Gates afirmó: “Me gusta tu libro pero no quiero pagar más impuestos”

Reconstruye la historia de la riqueza y la renta de una veintena de países a lo largo de dos siglos usando datos fiscales de los impuestos. Esta tarea titánica constituye uno de los aportes más valorables para conocimiento de la desigualdad ya que antes los datos provenían sólo de encuestas que ignoraban al 1% más rico, al contrario de Piketty, en el que ese 1% es el sujeto principal de su investigación.

Bill Gates. Su fortuna supera los 80 mil millones de dólares según la revista Forbes

Las conclusiones de esos datos es preocupante: la concentración de la riqueza y la renta actual de las clases altas es tan fuerte como la que había en el siglo XIX, período denominado como la “Belle Epoque” europea caracterizado por alto crecimiento económico y aumento de las grandes fortunas. El único momento de la historia en que la riqueza estuvo menos concentrada fue por un período muy breve, entre la primera guerra mundial y la década del ´70, etapa del “Estado de Bienestar”. Luego de este período la situación cambió por la aplicación de políticas económicas neoliberales de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher que impactaron a nivel global aumentado la brecha entre ricos y pobres. Por eso señala que estamos de regreso al “capitalismo patrimonial”, una especie de segunda “Belle Epoque”.

La Argentina atravesó su “Belle Epoque” en la segunda mitad del siglo XIX con la generación del `80 que gobernó por 30 años y más a través del fraude electoral. Fue un pasado glorioso para las clases dominantes y elites económicas. El modelo de desarrollo agro-exportador convirtió al país en el “granero del mundo” y la “sexta economía mundial”. La contracara del éxito económico fue la mala distribución de la riqueza generadora de amplios sectores de pobreza y desigualdad. Los momentos de menor desigualdad coincidirían con el primer y segundo gobierno peronista (1946-1955) en la que la participación de los trabajadores sobre los ingresos se acercó al famoso 50%. Podemos retratar la desigualdad actual por la opinión del personaje El Negro (Patricios Contreras) en la película Made in Argentina: “Acá cuatro o cinco tienen la guita y todos los demás vivimos de las sobras”

Damas de la aristocracia europea en la Belle Epoque

Piketty cuestiona el sistema económico capitalista como generador de bienestar general para la población. A pesar de los enormes avances en el desarrollo de muchas disciplinas ha retrocedido en el tema de la desigualdad. El crecimiento económico no es condición suficiente para mejorar la calidad de vida de todos. La teoría del derrame de los beneficios de los ricos a los pobres, tan defendida por los economistas ortodoxos, no dio resultados, sino todo lo contrario. La ausencia del Estado como interventor de la economía permite que la mano invisible del mercado gobierne la vida de la sociedad y concentre la riqueza en pocas manos.

El libro de Piketty aporta luz al conocimiento del problema de la concentración de la riqueza y la desigualdad revolucionando el pensamiento económico y abriendo el debate en el mundo académico y político. La obra de 700 páginas fue valorada por Premios Nobel de economía -Paul Krugman y Joseph Stiglitz- y criticada por amplios sectores del establishment económico. Al poco tiempo de publicarse en 2013 superó el millón de ejemplares con traducciones a 30 idiomas. Las claves del éxito son variadas: la prosa accesible al público no especializado, el nuevo aporte al conocimiento de la desigualdad y la calidad del trabajo estadístico desarrollado a lo largo de 15 años. Un trabajo serio del que vale interiorizarse.

Piketty nos hace una aclaración que le valió críticas de la izquierda. Define al “capital” como la fortuna de los ricos utilizando el término “riqueza” o “patrimonio” como sinónimos. Lo aclara por una cuestión didáctica para acercar el libro a mayor cantidad de lectores. Según el significado marxista, el término “capital” es más amplio y complejo, ya que alude a una relación social del proceso productivo entre los propietarios de los medios de producción y la clase trabajadora. Como no es un libro marxista, no habla de plusvalía ni de lucha de clases, menos de la toma del poder por los trabajadores para llegar a la dictadura de proletariado, él sólo propone salvar al sistema capitalista aplicando impuestos a los ricos. Cuando se le preguntó en reiteradas oportunidades por el libro “El Capital” de Carlos Marx, el economista francés afirmó que nunca lo leyó. No es verosímil. Repite la fórmula de Louis Althusser, ideólogo del mayo francés y profesor de la Sorbona donde dictaba clases de marxismo y lecturas del Capital y declaró: “Nunca lo leí”. Einstein no leyó a Newton ni Lacan a Freud. Como citamos: no queda nada sólido…

 

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