Verdades, mitos y negocios sobre la dislexia

Un alerta sobre la aparición de métodos “correctivos” para atender a complejos problemas infantiles.

En atención a los efectos negativos ligados al conocido problema de la patologización y medicalización de las infancias resulta necesario advertir acerca de la llegada de una renovada oferta para las escuelas, en esta ocasión dirigida “corregir” la dislexia.

   Con asombro, vemos reaparecer en la escena escolar esta etiqueta que hace años había caído en desuso; impulsada en esta oportunidad por la reedición de viejas y cuestionadas propuestas de soluciones simples, que insisten en desconocer las complejidades propias de los procesos de aprendizaje, ligadas a los vaivenes inherentes al desarrollo infantil, inmerso a su vez en un clima de época atravesado por profundos y vertiginosos cambios socioculturales que ponen en jaque los clásicos recursos didácticos con los que se continúa enseñando desde hace décadas, como si nada de todo esto tuviera algo que ver.

   Se proponen en esta línea, y a partir de lecturas recortadas y falsos enlaces, abordajes “reeducativos-correctivos”, que apoyados en concepciones de fuerte sesgo biologicista-innatista, sólo promueven grandes malos entendidos que afectan a los más pequeños. Son los más chicos quienes finalmente terminan identificados como portadores de supuestas “deficiencias neurocognitivas de origen genético”, aunque hasta la fecha, no se han hallado pruebas de ningún tipo que a ciencia cierta permitan sostener semejante hipótesis ligada a la idea que la lectoescritura estaría determinada por condiciones innatas.

Prácticas y modas

Aún así, se observa con preocupación que este tipo miradas y prácticas vienen avanzando a paso firme, poniéndose de moda de la mano de una suerte de promesa de felicidad asociada a un supuesto éxito escolar que —por esta vía— se les vende casi con garantías de efectividad a padres y maestros.

   Ante esta circunstancia, consideramos necesario advertir que este tipo de propuestas estarían habilitando una suerte de mercado paralelo dirigido a viabilizar nada menos que el acceso a un derecho fundamental de las infancias: a una educación adecuada a las necesidades de los chicos, y por cuya concreción, ningún niño debería tener que pagar con el alto costo de una etiqueta diagnóstica que lo suponga, desde temprana edad, como deficiente.

   Resulta oportuno referir cómo operan estos discursos y logran venderse como verdades incuestionables, a pesar que los argumentos sobre los que se apoyan estos diagnósticos de dislexia se sostienen sólo en especulaciones inspiradas en lógicas de rancia raigambre positivista, contradiciendo incluso los avances que se vienen realizando desde distintos ángulos de la ciencia, y a contramano de los nuevos paradigmas en salud mental y educación a los que nos convoca toda la legislación nacional vigente desde los últimos años. Discursos que se presentan públicamente disimulados detrás de enunciados categóricos, frecuentemente traducidos del inglés, que los hacen aparecer como muy solventes, y de ser requeridos, acompañados de datos estadísticos oriundos de otros hemisferios.

   Con este respaldo, se difunden las propuestas de intervenciones rehabilitadoras de corte médico-pedagógico, cuyo único propósito parece ser sólo proceder a la normalización de todos los niños escolarizados. Es decir, a lograr que todos los escolares funcionen dentro de las normas; que resulten cognitivamente competentes, de acuerdo a expectativas que se conservan de otras épocas y que hoy, para estar a tono con las lógicas del mercado, también se importan.

Tendencia

Esta tendencia se consolida en la medida que aporta argumentos funcionales a la sociedad adulta contemporánea, ya que contribuyen al afianzamiento de otra buena excusa para evitar problematizarnos acerca del origen de las dificultades que manifiestan no pocos niños, niñas y adolescentes. Dificultades que de no ser oportunamente atendidas suelen terminar afectando otras áreas del conocimiento, teniendo en cuenta que la lengua escrita y el cálculo constituyen herramientas fundamentales de acceso al mismo. Pero que, por otro lado y de manera paradójica, una lectura inadecuada de las mismas suele dar lugar a que rápidamente se ubique a estos escolares en problemas en una posición de diferentes. Posición que contribuya luego a producir en ellos efectos estigmatizantes sobre la imagen que de sí mismos están tramitando, ya que por su corta edad se encuentran en pleno proceso de constitución subjetiva y definición identitaria.

   De ahí la importancia de cuestionar estos discursos y no caer en el error de apelar a la vieja excusa de lo biológico como atajo, que nos lleva a confundir “problemas escolares” con “problemas «de» los escolares”, desvinculando y des reponsabilizando así al mundo adulto, a la sociedad en su conjunto y al propio sistema educativo de su participación en estos procesos. Las dificultades de aprendizaje que manifiestan determinados alumnos en las escuelas deben ser entendidas como un síntoma a través del cual los niños y jóvenes nos interpelan a diario desde las aulas.

“Síndromes”, “patologías”

La cuestión no pasa por negar los problemas que pueden manifestar los niños en los procesos de apropiación de la lengua escrita, ni mucho menos por dejar de subrayar la importancia de atender y responder adecuadamente a las necesidades singulares cuando manifiestan dificultades en la comprensión y/o producción de textos. Sí, resulta necesario poner a consideración la etiqueta “dislexia” ante el incesante avance del fenómeno de la patologización y medicalización de los malestares infantiles actuales. Fenómeno éste que refiere a la construcción de una serie de categorías clasificatorias de supuestas “patologías”, “enfermedades”, “deficiencias”, “síndromes” o “trastornos mentales” con las que se rotula tempranamente a niños y a jóvenes y se los estigmatiza acallando —a través de diversos dispositivos de reeducación, reprogramación y adiestramiento— los síntomas con los que pudieran estar denunciando complejas problemáticas de orden psicosocioculturales y escolares.

   Consideramos al respecto que esta tendencia a medicalizar la vida no sabe de ética, sino que sólo parece responder a lógicas del mercado impactando de lleno sobre la población infantil. Observamos en este sentido cómo, impulsada por inescrupulosos intereses corporativos profesionales, ligados por su parte al marketing de la industria farmacéutica, se propaga, se consolida y se reproduce con pretensiones hegemonizantes desde ciertos sectores del poder médico psiquiátrico y neurológico hacia el campo educativo.

Rótulos a la infancia

Es necesario comenzar por cuestionar la validez, los alcances e implicancias de los argumentos con los que se justifica y promueven prácticas docentes orientadas a detectar e intervenir tempranamente ante supuestos trastornos neurocognitivos del lenguaje escrito como el que se describe con el nombre de “dislexia”, y que dan lugar a la configuración de cuadros escolares que, tal como sucede también con el conocido ADD/H, sólo parecen contribuir a rotular a cada vez mas niñas, niños y adolescentes desde los inicios mismos de sus trayectorias escolares. Y lo que aún es más grave: de este tipo de prácticas se desprenden intervenciones psicoeducativas multidisciplinarias que sólo logran obturar la oportunidad que podrían tener de otro modo los profesionales de la salud y la educación de preguntarse acerca del problema que expresa un niño a través de un síntoma en el aprendizaje; contribuyendo así a cristalizarlo toda vez que el mismo niño termina apropiándose del rótulo, de modo tal que éste pasa a formar parte de su identidad, y luego, ya de más grande, los escuchamos presentarse ante los otros, sus pares y docentes, diciendo: “Yo soy disléxico”.

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