Malos diagnósticos y sobre medicación: infancia en peligro
Versión abreviada por Juan Pundik de una entrevista realizada por la Revista Veintitrés, en 2013.
Hace treinta años Henry Gadsden, director entonces de la compañía farmacéutica Merck, hizo unos comentarios sorprendentes y en cierto modo candorosos a la revista Fortune. Dijo que su sueño “era producir medicamentos para las personas sanas y así vender a todo el mundo. Aquel sueño se ha convertido en el motor de una imparable maquinaria comercial manejada por las industrias más rentables del planeta.” Así comienza el libro Medicamentos que nos enferman e industrias farmacéuticas que nos convierten en pacientes, de Ray Moynihan y Alan Cassels. Y el párrafo es tan cierto, que ni los chicos quedan afuera de esa maquinaria. Diagnósticos rápidos hechos por adultos, sean docentes, padres o especialistas, y laboratorios que persiguen intereses económicos, son el combo explosivo que está enfermando a la infancia. Quizás para estar tranquilos, lo hacen con nombres tan crípticos como ADD/ADHD, TGD, TOD o TOC. Siglas que se repiten cada vez más y que explican el aumento exponencial en la venta de determinados medicamentos.
Según un informe elaborado por la Unidad de Salud Mental y Comportamiento Saludable del Ministerio de Salud de España, el 14 por ciento de los chicos de entre 6 y 11 años tiene problemas severos de atención, el 15,7 de agresividad y de antisociabilidad y el 13,9 de ansiedad y depresión. Si bien en general estos números se mantienen constantes en los últimos años, aumentaron los diagnósticos que los sindican como enfermedad a tratar.
“En la Argentina los distintos déficit llegaron con fuerza a mediados de los ’90. Aterrizaron en zona norte, en colegios privados, ya que los costos de los medicamentos son muy altos. Pero en el último tiempo los diagnósticos se masificaron y hoy se patologiza a todos los sectores –explica Gabriela Dueñas, Doctora en Psicología, psicopedagoga y Licenciada en Educación. Cuando vemos adultos adictos nos sorprendemos, pero cuando son chicos, les enseñamos que para portarse bien o que les vaya bien en la escuela tienen que tomar una pastilla. No es un tema menor: la medicalización vulnera los derechos del niño. La capacidad de juego es un derecho y si los drogamos innecesariamente estamos violando ese derecho. Además, con medicamentos podemos tapar el síntoma pero nunca resolver el problema”.
La idea de que hay una pastilla para cada malestar o dificultad –una para dormir, otra para despertarse, una más para adelgazar– se instaló en la sociedad de la mano de diarios y revistas que anunciaban en portada el ranking de los medicamentos más consumidos sin receta. La televisión, por su parte, parodiaba la realidad con protagonistas de novelas que cargaban pastilleros. Hasta ahí, eran un tema exclusivo del mundo adulto, pero ahora entró a las aulas y al universo de los más chicos.
El boom de ventas que registran los laboratorios, como consecuencia de la medicalización, va en desmedro del futuro de millones de chicos. Algunos de los efectos secundarios que puede causar el metilfenidato (MFD) –el psicoestimulante indicado para tratar especialmente trastornos de aprendizaje por déficit de atención– son: anorexia, disminución del apetito, reducción del peso y altura; insomnio, nerviosismo, tics, agresividad, ansiedad, agitación, depresión, cefalea, mareos, hiperactividad psicomotora, arritmia, taquicardia, palpitaciones; tos, náusea, diarrea, boca seca; prurito, irritabilidad y cambios en la presión sanguínea.
Esta situación viene siendo objeto de análisis hace ya varios años en varios países del mundo. En Argentina, no pocos especialistas sostienen que si bien es fundamental detectar los problemas psicológicos tempranamente para indicar un tratamiento adecuado, también es importante no etiquetar al paciente. Desde esta perspectiva, advierten que es habitual que la gravedad de un trastorno se mida más por aquello que resulta insoportable a los adultos que por el sufrimiento del niño.
Por su peligrosidad, el MFD se vende sólo con un recetario oficial y triplicado, que los médicos deben solicitar en el Ministerio de Salud. Según denuncian los especialistas, en la práctica eso no se cumple, ya que los mismos visitadores médicos llegan con las recetas oficiales a disposición del doctor. “El mayor tema es que los laboratorios les pagan a los médicos para que viajen a los congresos a exponer el resultado de sus investigaciones con estos medicamentos”, señala Maren Ulriksen de Viñar, médica psicoanalista uruguaya. El crecimiento de este segmento en el país habla por sí solo. Entre 2004 y 2010 el consumo de metilfenidato y modafinilo –otro estimulante que no se aplica a problemas de aprendizaje pero comparte la misma categoría– creció un 62,44 por ciento, según un informe sobre dispersión de psicofármacos realizado por la Confederación Farmacéutica Argentina.
En la Argentina el MFD es comercializado por cuatro marcas, en orden de ventas: Ritalina (del laboratorio Novartis), Rubifen (Neuropharma),; Concerta (Janssen-Cilag), y Methlin (AstraZeneca). El pico de ventas se registra durante el período escolar, con descenso en las vacaciones de invierno y de verano.
Dueñas encuentra la causa de este fenómeno en que “a los docentes les resulta funcional acallar y educar por la fuerza. Ellos mismos llenan tests para ver si el chico tiene ADHD, evaluándolo de forma aislada y omitiendo su historia y entorno”. El cuestionario al que se refiere la especialista es el “Conners”, que consiste en preguntas como: “¿Está en las nubes?”, “¿Es susceptible a la crítica?”, “¿Carece de aptitudes para el liderazgo?” o “¿Tiene aspecto enfadado?”, entre muchas otras tan ambiguas como esas. Los docentes deben completar la columna correspondiente (“Nada, Poco, Bastante, Mucho”), con un puntaje del 0 al 3 y de acuerdo con su criterio personal. El puntaje que obtiene el niño determina qué tan alta es la sospecha de que sufra Déficit de Atención con Hiperactividad.
“La medicalización se inicia sobre todo en primer grado, porque el chico no es como la escuela esperaba, y en la pubertad con la falta de tolerancia a los cambios por parte de los padres. Se atribuye la dificultad de aprendizaje a una supuesta determinación biológica que los convierte en inquietos y desatentos. En realidad el problema es de los adultos, porque nosotros los producimos así”, concluye Dueñas.
Juan Vasen, médico especializado en psiquiatría infantil-juvenil señala en su libro “Una nueva epidemia de nombres impropios” (Noveduc) que “están debilitados el interés y la motivación.
El incremento en las cifras de autismo infantil también llama la atención. Según el psicoanalista Vicente de Gemmis, hace veinte años se diagnosticaba con esta enfermedad a uno de cada 10 mil niños, mientras que en la actualidad la proporción se elevó a 60 casos por cada 10 mil. Es decir, el índice creció un 6.000 por ciento. “No se sabe a ciencia cierta si se debe a un aumento real de casos, o simplemente a un mayor número de diagnósticos. Al respecto resulta oportuno considerar que a partir de 1990 se incorporó la noción de ‘espectro autista’, que incluye dentro de la patología desde cuadros con severa retracción hasta otros con limitaciones subjetivas y sociales menores.
El mayor problema es que este tipo de diagnósticos apresurados genera una identidad, por aquel conocido fenómeno de la profecía autocumplida. Un chico mal diagnosticado va a ser tratado como autista, y todas las situaciones posteriores de su vida van a ser leídas e interpretadas desde ese diagnóstico. Eso puede obturar el desarrollo de sus potencialidades”. De ahí la importancia de ser muy prudentes a la hora de “diagnosticar” a un niño a temprana edad, de modo de evitar convertir esto en una procedimiento de evaluación y etiquetamiento.
Las nuevas tecnologías, por su parte, juegan un rol importante en ese aislamiento coinciden todos en señalar. Aún así, el psicoanalista Juan Carlos Volnovich considera que atribuirles la responsabilidad es un error. “Los nativos digitales aman la velocidad, les encanta hacer varias cosas al mismo tiempo, casi todos son multitasking y, en muchos casos, multimedia. Viven hiperconectados –describe–. Pueden oír la radio al tiempo que estudian en un libro la lección de historia con la tele prendida, jugando a la play, mandando mensajes por el celular, chateando con medio mundo y comiendo pizza. Incluso, pueden hackear la computadora más sofisticada por la noche y, por la mañana, reprobar el examen más sencillo de matemática”.
Los chicos cambiaron y se relacionan de un modo diferente al que se acostumbraba hace décadas. Y la escuela es el ámbito que más se resiente porque mientras mantiene los cánones del siglo XIX –chicos quietos en las aulas y atentos a la “señorita maestra”–, los alumnos actuales reciben continuamente una estimulación permanente más atractiva. Son modelo siglo XXI. Y la sociedad los está enfermando, concluye Dueñas.
Juan Pundik
Plataforma Internacional contra la Medicalización de la Infancia