Árboles
Apenas entramos en setiembre y desde dos semanas atrás los árboles tienen sus brotes. Plátanos, tipas, preparados ya para el verano. Una vez más, para este verano ¿y cuántos más?
En California existe un pino cuya edad se ha medido con cierta precisión y ha cumplido 4843 años. El olivo de la figura, olivo de Vouves, que habita la isla de Creta se calcula en más de 3000 años y aún da aceitunas.
Los griegos pensaban que los tres elementos que daban la vida eran el agua, la tierra y el fuego. Pareciera demasiado simple para la ciencia tan compleja que hoy conocemos, el universo cuántico y los mundos virtuales.
Sin embargo esos son los tres elementos que necesita el árbol para vivir y el ser humano no ha podido desentrañar su misterio. Todo lo hace solo. Las hojas de sus copas buscan el fuego del sol para atrapar los fotones y con el agua que sube de sus raíces conservan el Hidrógeno y liberan el Oxígeno imprescindible para los otros seres vivos. Con el Hidrógeno y el dióxido de Carbono fabrica azúcares, proteínas y, eventualmente, grasas con el agregado de Nitrógeno que extrae de la tierra. Para atrapar los fotones que le entrega el sol (el fuego) las hojas deben subir lo más alto posible, hay árboles que llegan a medir 120 m de altura. El agua se la proveen las raíces que la buscan a veces a más de 30 m de profundidad y que debe subir hasta la copa para producir la fotosíntesis que hemos citado. Pero para sostener esa estructura la celulosa de su tronco no serviría y aparece otro elemento fundamental, la lignina que es la que permite la creación de otra de sus maravillas sin la cual no habría civilización: la madera que permite las alturas hacia el cielo.
Un roble plantado en 1404 en el Reino Unido, hacia los 3 años medía ya más de 1 m, 100 años después arriba de los 20 m y murió en el 2003 con seiscientos años pero antes alcanzó a arrojar una última bellota a la tierra que recomenzará el ciclo si el hombre se lo permite.
En los bosques de Palermo hay uno plantado hace 20 años que alcanza unos 3 m de altura, ¿lo cuidaremos? Si se analiza la política de preservación de los bosques nativos cabe la duda.
Por ejemplo y a pesar de la denuncia de una exitosa película argentina, Quebracho (nombre que deriva de quiebra–hacha por la dureza de su madera), se ha extinguido el bosque santiagueño y queda muy poco del chaqueño (se ha perdido el 85 %). La única obligación de la firma Unitan para aprovechar su madera y su tanino para talar tan hermoso árbol es plantar uno de medio metro de altura sin tener en cuenta que se requerirá sesenta años para su desarrollo. La Argentina es uno de los países que menos importancia da a sus bosques nativos, mucho más con el “éxito” económico que generó para los dueños de las tierras las plantaciones de soja que arrasa incluso la yunga. Hoy, unas 1000 Ha son atendidas por una sola persona, ello implicará a corto plazo un desastre ecológico.
La riqueza de variedades en nuestros climas tropicales y subtropicales es apabullante respecto de otros países y climas. En regiones de Canadá puede llegar a haber apenas sólo 2 especies de árboles, uno de ellos el fresno que se ha hecho popular en la Capital Federal por su resistencia. En tanto en nuestros países tenemos alrededor de 60.000 especies. Quizás, desgraciadamente, esa superabundancia de vida es la que nos hace despilfarrarla y no prestarle la atención debida y que no podamos alimentar a nuestras poblaciones, dar trabajo y cuidar el medio ambiente
Los árboles recuerdan, tienen memoria y lenguaje para comunicarse entre sí y con otros seres vivos y con el medio ambiente. Recuerdan cuánto duran los días, en realidad las noches, para saber cuándo deben perder sus hojas o liberar sus brotes. Recuerdan cuando el año anterior fueron atacados por orugas y al año siguiente producen toxinas o diversas sustancias volátiles para defenderse y le comunican a su congénere lo acontecido. También, nos copian mal, viven en una guerra continua hacia el sol y los que quedan en la sombra de otros más altos inevitablemente mueren. Y también nos copian bien a través del amor, generando sustancias que atraen a los polinizadores igual que hacemos con los olores de los afrodisíacos fluidos humanos (Vittorio Gasman y Profumo di donna).
Nosotros podemos describir estos procesos, estudiarlos, inclusive llegar a comprenderlos pero nos resulta imposible realizarlos con esos mínimos elementos definidos hace 2500 años por los griegos, agua, tierra y fuego.
Mencionamos el fresno (oriundo de Canadá) que es un árbol de crecimiento rápido, consistente y se aclimata fácilmente a ciudades como las nuestras tan necesitadas de arboledas. Se debe tener cuidado, empero, con importar árboles foráneos en especial cuando se lo hace por razones económicas como es el caso del Pino de California porque desaloja y depreda la flora y fauna locales por un miserable rédito comercial que deteriora la biodiversidad.
Recuerdo hace un tiempo que vine desde Marcos Paz a la Ciudad de Buenos Aires para realizar unos trámites, me acompañaba un niño marcopaceño. Cuando al regreso, cruzamos el arco de la ruta de entrada al pueblo que anuncia Marcos Paz, ciudad del árbol, el niño gritó: ¡Argentina!
Invito a que nos preparemos para apreciar en toda su belleza la floración en noviembre de un árbol autóctono del Norte argentino que, por suerte, podemos gozar también en nuestra Capital: el jacarandá.
Un relato:
por Mónica Muiño Crespo