Cuando hay “hambre de poder” no hay escrúpulos
Por Raúl Avila
“Hambre de poder” narra los orígenes del imperio McDonald’s en la primera mitad del siglo pasado. La historia se centra en un vendedor ambulante -Ray Kroc- quien se maravilla con el primer restaurant de comidas rápidas ubicado en las afueras de California cuyos propietarios son los hermanos Mac y Dick McDonald’s. Kroc les propone el negocio de las franquicias para expandirlo al resto del país. A partir de aquí se genera una relación de negocios conflictiva entre los hermanos y el vendedor.
La película basada en hechos reales (sabemos ya que esto es un eufemismo porque el cine es mentira, ficción) es dinámica y digna de analizar. La excelencia de la ambientación y de la dirección de arte invita a viajar en el tiempo para observar a la sociedad norteamericana de los años cincuenta.
Michael Keaton (Batman, Birdman, etc.), ahora hace de villano, su antihéroe es magistral y lo ratifica como gran actor. El personaje principal es Ray Kroc, un vendedor cincuentón de licuadoras que recorre las carreteras de USA en busca de clientes, tarea en la que no le va muy bien hasta que conoce a los hermanos citados quienes le encargan seis licuadoras cuando sus clientes apenas le compraban una. Kroc llega al restaurant de los McDonald’s y queda deslumbrado por la limpieza, la rapidez y la buena predisposición de la gente a hacer la cola para encargar su pedido en vez de sentarse a esperar a que lo atiendan.
Los hermanos habían creado un sistema revolucionario para producir hamburguesas de manera fácil y rápida. Mientras que otros la preparaban en 30 minutos ellos lo hacían en 30 segundos. El restaurant funcionaba de maravillas, como si fuera una fábrica a lo Henry Ford, todas las hamburguesas salían igualitas, una línea de producción perfecta.
Kroc, astuto, ambicioso y oportunista, pero, por sobre todas las cosas, un visionario les propone a los McDonald’s expandir el negocio a través de las franquicias. Los hermanos aceptan ser socios aunque al principio son reacios al cambio, estaban más preocupados por la calidad de la comida ofrecida a los clientes que por abrir nuevas sucursales. Son los comienzos del período del Estado de Bienestar, la economía norteamericana en auge y la gente que viaja, trabaja y consume. Los clientes exigen rapidez y comida de calidad, en ese contexto económico la apertura de más locales de arcos dorados parece ser un negocio rentable para la época. El tiempo dará la razón.
A propósito de esta época del Estado de Bienestar, Federico Fellini refutaba las críticas de la izquierda italiana por su falta de compromiso diciendo: “Verdad es, no tengo nada qué decir pero sé cómo hacerlo”. En esta época en que ese Estado ha ido desapareciendo podemos parafrasear al grande Federico: “Verdad es, hay mucho qué decir y John Lee Hancock sabe cómo hacerlo”. Presenta a los hermanos McDonald’s como los buenos y a Kroc como el malo de la película. Los hermanos logran la empatía del público; son nobles, honestos e interesados por sus clientes; conforman una empresa familiar con dignos valores humanos, son los exponentes de la burguesía nacional que invierte y apuesta al país. Kroc es lo opuesto, si bien pujante, trabajador y perseverante, vira rápido a su oscura faceta de avaricia y ambición (en todo estoy yo) y representa a lo que vendrá, transnacionales que acumulan riqueza y poder apropiándose de los recursos económicos, naturales y sociales de los pueblos. Hoy lo padecemos en el mundo.
“Hambre de poder” es una metáfora del capitalismo salvaje en la que la lealtad y la ética no tienen cabida. La falta de escrúpulos son valores humanos válidos para no quedar fuera de competencia en esta sociedad de consumo regida por el afán de lucro y la lucha por la obtención de las máximas ganancias. El sistema tolera la anulación de los competidores a como diera lugar. La lucha por la supervivencia es despiadada. Unos ganan y otros pierden. El que gana se lleva todo y los perdedores perecen.
McDonald’s es hoy un grupo de poder concentrado transformado en “imperio”. La expansión mundial de comida rápida promovió la desaparición de sus competidores tradicionales. Lo que empezó como un sistema de libre mercado terminó en la creación del monopolio de las hamburguesas. La empresa familiar creada por los hermanos Mac y Dick -luego comprada por Kroc- extendió sus redes de locales a todos los rincones del planeta: ¡más de 30 mil sucursales distribuidas en 120 países!
Lenin postuló con acierto que “el mercado de competencia libre tiende a la concentración de capital y al monopolio”. Y ello es imposible de evitar.
La gigantesca concentración de poder de McDonald’s asombra. La complicidad con los gobiernos que supuestamente abogan por el libre mercado es una explicación. La llegada a los centros urbanos muestra dos caras, por un lado, la generación de empleo y desarrollo económico, por el otro, una publicidad abusiva de consumo de comida chatarra que esconde: evasión de impuestos, lavado de dinero, precarización laboral y efectos indeseables en la salud. Factura millones de dólares pero paga sueldos bajos y prohíbe la sindicalización. El consumo excesivo de sus menús fomenta la obesidad, el sobrepeso y los problemas cardíacos. El mensaje publicitario de los arcos dorados penetra en todas las mentes, incluso en la de los niños deseosos de su cajita feliz.
McDonald’s es ícono de la globalización y símbolo de la cultura norteamericana. La comida chatarra atravesó fronteras y llegó para quedarse. La globalización cambió la forma de alimentarse. Toda ciudad importante -excepto en Bolivia- tiene por lo menos un restaurant de arcos dorados. La creciente obesidad y sobrepeso mundial que afecta al tercio de la población tienen a quien echarle la culpa.
Quien tenga “hambre de poder” no tiene más que mirar la película o pasar por los arcos dorados para comer una hamburguesa, lo demás, lo esencial, es invisible a los ojos.
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