Día nacional de ayuda a personas con autismo

De la causa de los autismos, a la causa del sujeto

En la pesquisa de los autismos

En los últimos años, todo tipo dificultades de conducta infantil que presenten como común denominador la retracción social y o tendencia al “aislamiento”, se han agrupado bajo el nombre de “Trastornos del Espectro Autista

El TEA, se considera a su vez una categoría particular dentro de los denominados “Trastornos Generalizados del Desarrollo” o TGD, de modo que, por esta vía, la de las clasificaciones, el “Autismo” hoy se ve significativamente ampliado en las taxonomías de la salud mental.

A esta circunstancia se le suma en los últimos tiempos el M-CHAT, un instrumento que si bien fue diseñado inicialmente con el propósito de realizar de manera rápida un screening, hoy comenzó a utilizarse erróneamente para realizar diagnósticos clínicos, de modo que cada día son mas los niños y niñas que desde edades muy tempranas, alrededor de los 18 meses de vida, cuando aun están en pleno proceso de desarrollo, de maduración orgánica y constitución subjetiva, reciben su primer rótulo de “autista”.

El mencionado instrumento, consiste en un protocolo de tan solo veinte preguntas que un efector de red primaria de salud le realiza a los padres y o cuidadores del niño en pocos minutos, y puede incluso auto- administrarse, ya que se basa exclusivamente en la percepción y reporte de signos de conducta que hagan los mismos. Es decir, ni siquiera considera la observación que pueda realizar el pediatra u otro profesional especializado en niñez. Su validez y confiabilidad como “test” para el diagnóstico de autismo no resiste ningún criterio científico y esta seriamente cuestionado por especialistas de todo el mundo que insisten en recordar que un “diagnóstico” en niños requiere de estudios interdisciplinarios de carácter longitudinal y transversal.

Uno de los hechos que más preocupan al respecto, es que determinados signos comportamentales asociados al “autismo”, bien pueden ser señales de innumerables procesos propios del desarrollo infantil, que ceden o desaparecen al poco tiempo, si es que en su lugar no se los cristaliza al “identificarlos” tempranamente como patológicos. Pueden tratarse también de “síntomas” ligados a situaciones que generan malestar o sufrimiento en el niño, y que requieren ser develados, nunca “silenciados” con la atribución rápida de una etiqueta de un trastorno mental que -de esta manera- sólo suele contribuir a generar una intensa angustia en sus adultos, lo que complica aún mas la situación del niño o la niña.

Acerca de esta cuestión, hace ya tiempo que desde distintos campos de las ciencias, venimos advirtiendo con preocupación que los “diagnósticos” en salud mental, de manera particular cuando éstos se realizan durante la niñez, deben realizarse con muchísima prudencia para evitar los efectos del conocido fenómeno de la “profecía autocumplida” que aparece por su parte estrechamente ligado al problema de la “estigmatización”, dado que -como es bien sabido- el desarrollo infantil supone complejos procesos de organización y constitución del psiquismo durante los cuales la definición identitaria se juega, fundamentalmente, a través de los efectos que produce la “mirada en espejo” que sobre sí mismo le devuelven al niños los “otros” significativos de su entorno familiar, escolar y social. De modo que “identificar” rápida y tempranamente a un niño como “autista” puede contribuir a generar determinadas condiciones ambientales que promuevan en él la aparición de conductas descriptas por la psiquiatría clásica como características de este cuadro.

El imperio del Autismo.

AutismEl problema con el que nos encontramos, y retomando con esto lo que aquí se viene planteando, es que en la actualidad el llamado Trastorno de Espectro Autista abarca una amplitud tal de descripciones que no pocos estudiosos del fenómeno de los “autismos” advierten en señalar que ya no se sabe que es lo que nombra cuando se dice TEA. Y lo que es aún mucho mas grave, es que en medio de tanto diagnóstico rápido y  protocolos express, lo que se pierde de vista es nada menos que a quien se nombra, un niño o una niña en pleno proceso de constitución subjetiva, quien al quedar convertido en “objeto” de este tipo de prácticas tecnocráticas, termina siendo vulnerado en todos y cada uno de sus derechos.

Acerca de este tema, Agnès Aflalo, psicoanalista francesa, ha publicado un libro llamado “Autismo: nuevos espectros, nuevos mercados”[i] que muestra con datos contundentes la evolución sorprendente que ha sufrido a nivel mundial la categoría del autismo en las últimas décadas de la mano de manuales descriptivo estadísticos de trastornos mentales como el famoso DSM que, impulsados por el marketing de la Industria Farmacéutica se ha convertido en una especie de Biblia en el campo de la salud mental.

Nos dice que en 1980 en el DSM III el Autismo Infantil ocupaba tres páginas y era juzgado muy raro (2 a 4 casos cada 10.000), pero al ser luego alojado dentro de la categoría de TGD (Trastornos Generalizados del Desarrollo), y rebautizado a partir del DSM IV como Trastorno Autista (TA), operación que permitió por su parte absorber otro tipo de diagnósticos, pasó a ocupar el doble de páginas. Con el mismo criterio, el Autismo pasa a ser considerado como un Trastorno Invasivo del Desarrollo, incluyendo a partir de entonces también al Síndrome de Asperger (SA), que recubre lo que la psiquiatría clásica llamaba “psicosis crónica sin déficit intelectual”.

Para el año 2000, en el DSM IV, el TA continúa creciendo. Pasó a ocupar 8 páginas, y a decirse que habría 20 casos cada 10.000. Con el correr de los últimos años se le fueron sumando personalidades esquizoides, fobias sociales, otros trastornos ansiosos, trastornos compulsivos (TOC), etc., de modo que a la fecha el imperio del autismo continúa extendiéndose tanto hacia el interior, como hacia el exterior de la categoría, a partir de renovados criterios de diagnósticos que se reinventan de manera incesante. En la actualidad por ejemplo, y tal como se anticipó, agrupados con el nombre de Trastorno del Espectro Autista (TEA), resulta compatible también con el cuestionado Trastorno de Déficit de Atención (TDAH). Así, la asociación de estos dos trastornos permite facilitar una serie de operaciones estadísticas y nuevas prescripciones médicas.

Ante esta circunstancia, numerosos especialistas advierten, y con razón, que ya no se sabe si este crecimiento de casos de los autismos tiene que ver diferencias metodológicas o un aumento real de esta problemática.

Lo que sí se sabe, es que el marcado incremento de niños portando algún tipo de diagnóstico ligado al Autismo y sus numerosos espectros, es mínimamente llamativo

Todo esto, más el desacuerdo generalizado sobre las causas, los modos de abordaje y tratamiento, hacen que el tema de los autismos sea muy complejo.

El “sujeto” en el eje del debate.

Como puede observarse, hace ya décadas que existe un marcado interés por saber sobre el autismo y por supuesto, por sus causas. Al respecto, y si bien la ciencia, desde las mas diversas hipótesis, viene intentando responder a la pregunta por su etiología, relacionando para esto desde afecciones en áreas cerebrales, anomalías en la neurotransmisión, disfunciones genéticas y hasta intolerancias alimentarias, con el perfil psicopatológico que dio origen a la descripción de este cuadro, ninguna de ellas pudo ser comprobada hasta el momento.

Aún así, el enfoque cognitivo-conductual parte de la idea que el autismo se trata de una  discapacidad derivada de un trastorno neurocognitivo que afecta de manera generalizada el desarrollo del niño desde temprana edad. Por esta razón, se sostiene desde este paradigma que el objetivo terapéutico principal de los distintos abordajes que se propongan debe ser educar, o mejor dicho, re-educar o re-habilitar al niño previamente identificado como SA, TEA, o TGD. Para esto, apelan a diversos dispositivos multidisciplinarios de adiestramiento conductual, todos ellos basados en la práctica de ejercicios que se acompañan del clásico sistema de premios y castigos, orientado a reforzar aquellas conductas que se consideran positivas y a desalentar aquellas socialmente inaceptables, como oportunamente propiciaron Watson y Skinner en los comienzos de la historia de la psicología. Por esta vía, las Terapias Cognitivo Conductuales (TCC) buscan “normalizar” las conductas atípicas que manifiestan estos niños, reprogramando su lenguaje y formas de comunicarse e interactuar con su entorno. La metáfora a la que apelan para justificar este tipo de intervenciones es la que considera que la mente humana es como una computadora, de la que dependen las diversas funciones cognitivas.

No hay espacios de escucha, ni tiempo que esperar, porque tampoco hay más preguntas. De lo que se trata, en última instancia, es de una especie de falla o disfunción con la que algunos niños llegan al mundo.

Mientras, el psicoanálisis propone interesarse más por cada sujeto, por cada familia, que por una causa universal que, aún si existiera, no podría dar cuenta de las diferencias que existen entre los diferentes sujetos que padecen autismo. Y es justamente aquí, sobre este asunto, que se instala el debate. Porque para el psicoanálisis, el autismo no se trata de un síndrome, o una carencia; ni de un déficit, o un trastorno. En su lugar, propone considerarlo como una posición subjetiva, en la que se encuentra un sujeto. Posición desde la que cada uno realiza un constante trabajo para ubicarse en el mundo; mundo que, como lo señala la clínica, parece resultarles invisible, aterrador. Desde esta perspectiva, por ejemplo, las ecolalias y repeticiones que se suelen observar en estos niños y jóvenes se consideran como intentos para controlar la angustia que experimentan. Son toda una invención, que cada uno de ellos realiza con mucho esfuerzo y que, por lo tanto, merecen ser acogidos, como la manera singular que han encontrado, para poder habitar el mundo.

Enmarcados en este paradigma, los tratamientos psicoanalíticos de las psicosis y de los autismos se fundan en el hecho fundamental de que el sujeto se dirige al otro y busca establecer un diálogo, aunque no sea el diálogo corriente. Al respecto, Sigmund Freud y Jacques Lacan han mostrado que el ser humano es un ser que habla, y que es justamente su ser de lenguaje lo que hace posible la subjetividad, y lo diferencia de los demás seres vivos.

Desde este enfoque, el lenguaje no es solamente un sistema de signos de un código, sino que para cada uno, las palabras están anudadas a acontecimientos de su historia que le dan un sentido particular, cargados de afectos y que dejan marcas indelebles, que permiten o impiden el lazo social.

En el mismo sentido, se entiende que el autismo refiere a un conjunto de síntomas que impiden o dificultan seriamente el proceso de entrada de un niño en el lenguaje, la comunicación y el vínculo social.

Como advierte M. Errecondo: “El sujeto autista presenta una ruptura brutal. El “congelamiento” que se produce se debe siempre a múltiples factores, muchos de los cuales no conocemos todavía. Tampoco los conocen las investigaciones científicas actuales. Pero lo que si sabemos es que el autismo nos confronta al grado cero de la relación del sujeto con el lenguaje y la palabra. Se trata de una palabra que provoca terror, que es una impronta sobre el cuerpo imposible de borrar. Esta es una zona terrible porque los sujetos para tratar de estabilizar la agitación que produce este terror, a veces intentan extraer algo del cuerpo, llegando a la automutilación.”

Porque el psicoanálisis lo entiende así, es que insiste en sostener que el tratamiento del autismo no puede, a cualquier precio, reducir al sujeto infantil a un programa de adiestramiento para eliminar las conductas bizarras o a instalar a modelos de comunicación.

A modo de cierre…

Dejando de lado las diferentes discusiones, resulta importante señalar por último, y ya a modo de cierre, que desde aquí se adhiere al enfoque que desde el psicoanálisis se realiza de los autismos dado que el mismo se enmarca en el nuevo paradigma de salud mental que desde un enfoque integral permite pensar en los niños como sujetos de derechos, y sobre el cual, además, se apoya desde los últimos años toda la normativa nacional vigente relativa a estos temas.

Y esto es, en la medida que propone tratar el sufrimiento del niño, considerando para esto que es necesario escuchar, recibir y alojar la manera -aunque sea bizarra- que tiene de dirigirse al otro, en lugar de centrar las cosas en educarlo, o mejor dicho adiestrarlo. Los dispositivos diversos y variados que se ofrecen desde el psicoanálisis son diferentes maneras de aceptar lo que el niño ha inventado para tratar lo insoportable del Uno de la lengua sobre el cuerpo, sabiendo que se puede intentar una nueva alianza, un uso diferente que alivie el sufrimiento y permita una vida más agradable.

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Dra. Gabriela Dueñas

Doctora en Psicología. Licenciada en Educación. Psicopedagoga.

dueñasProfesora Titular de Psicología del Desarrollo I y II y de la Maestría en Dificultades de Aprendizaje de la USAL. Coordinadora del Área de Educación de la UCSE. Sede Académica Bs As. Docente de distintos programas y carreras de Posgrado de la Facultad de Psicología de la UBA, la Universidad Nacional de Rosario y de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, entre otras. Supervisora de tareas ligadas al ejercicio de la Clínica Psicopedagógica en instituciones escolares y centros de salud/salud mental. Coordinadora del Proyecto Laboratorios Sociales en Argentina dirigido por el Dr Miguel Benasayag. Integrante del equipo de capacitación del Instituto de Estudios Superiores de la Corte de Justicia de la Provincia de Bs As en temáticas ligadas a la Ley Nacional de Salud Mental, Infancias y Derechos. Ex miembro fundadora del Forum Infancias e integrante del Colectivo Federal por los Derechos de las Infancias. Autora y compiladora de diversas obras.


 

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