Extraño Borges. Los felinos (3ra parte)
Por Rubén Cusati
Borges expresó en una entrevista, con vergüenza, que era un hombre muy sensible, un sentimental y que, por pudor, como escriba, había intentado mitigar excesos barrocos, limar asperezas y tachar sensiblerías y vaguedades. Pedía disculpas, en alguno de sus brillantes prólogos, el no haberlo logrado por completo.
A sabiendas que Borges jugaba en los reportajes y charlas amenizándolas con sutiles ironías y ficciones (para él, el mejor escritor contemporáneo era poco menos que Virgilio), sin embargo creemos que en aquella respuesta dijo la verdad: era un hombre sumamente sensible en contraposición al retrato que de él hace Bioy Casares, en el mamotreto insidioso Borges (2006), libro póstumo basado en sus Diarios y publicado por estrictas necesidades de dinero, estaba en bancarrota. La traición de su mejor amigo por dinero que lo deja tan mal parado, justo otro de los temas preferidos de Borges.
En el Prólogo de Evaristo Carriego se lee:
“…me crié en Palermo del cuchillo y de la guitarra que andaba (me aseguran) por las esquinas, pero quienes poblaron mis mañanas y dieron agradable horror a mis noches fueron el bucanero ciego de Stevenson, agonizando bajo las patas de los caballos, y el traidor que abandonó a su amigo en la luna…”.
Y sí, se crió en un jardín, detrás de una verja con lanzas de hierro sobre la calle Russel, una mínima cortada que aún perdura. Era entonces un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles, dice Borges.
Todo la ciudad era barrio Sur, los alrededores del Parque Lezama. La mayoría de las casas, fuera de algunos palacetes en la avenida Alvear, eran bajas: dos ventanas con barrotes de hierro, que correspondían a la sala, la puerta de calle, con llamador, el zaguán, la puerta cancel, dos patios, en el primer patio un aljibe, con una tortuga en el fondo para que purificara el agua, en el segundo patio, cortado por el comedor, una parra. Y eso era Buenos Aires. No había árboles en las calles (…).
Cerca, inaugurado en 1875, el zoológico, donde por primera vez Borges apreció la perfecta y terrible simetría de la belleza del tigre. Allí comenzó su amor a los felinos, desde pequeño los dibujaba. Su amor sensible hacia los felinos nace allí, en su infancia, entre la realidad del tigre del zoológico y los grabados que veía en la infinita Enciclopedia Británica de su padre.
En El Sur narra:
“Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una `divinidad desdeñosa´. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante”.
La mayoría de los escritores ama a los gatos y los mejores lectores también, entre unos y otros la diferencia es trivial y fortuita, según Borges. Casi podríamos ampliar esta audaz definición a cualquier artista. Leer o escribir en una noche invernal y tormentosa, con lluvia y viento, un fuego encendido y un gato encima de los folios esparcidos sobre la mesa, es un momento parecido a la felicidad.
Osvaldo Soriano su fanático adorador, obligaba a sus escritores amigos a que no dejaran mal a los felinos en sus escritos porque no venderían ningún libro, Antonio Dal Masetto cambió varios pasajes de sus novelas para no ser blanco de esa maldición.
Los gatos más famosos de Borges fueron Odín y Beppo. También tuvo un gato negro. Odín, en honor al dios de la sabiduría, la guerra y la muerte de la mitología nórdica y Beppo, por Lord Byron: “se llamaba Pepo (por la Pepona Reinaldi, jugador de River Plate), pero era un nombre horrible, entonces se lo cambié enseguida por Beppo, el poema veneciano de Byron. El gato no se dio cuenta y siguió su vida”.
Beppo era un hermoso gato blanco que siempre estaba con Borges. Le gustaba jugar con los cordones de sus zapatos y dormirse en su regazo. Tenía más de 15 años cuando murió y fue una auténtica pérdida para Borges, que ya estaba ciego. Dijo entonces: “Quisiera morirme hoy mismo, pero no tengo la suerte que tuvo Beppo. Aunque a lo mejor sí, ahora que estoy con gripe, tal vez muera”. Ocultaba su tristeza de la mejor manera: con humor e ironía.
Beppo tenía mal carácter, pero que se llevaba muy bien con Borges. Un día, Fanny le contó a Borges que vio a Beppo mirándose en un espejo. Creía ver un rival. Borges le escribió un poema:
El gato blanco y célibe se mira
en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura
y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos,
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede el tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Enéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
El gato blanco y célibe se mira
en la lúcida luna del espejo
Odín era un gato atigrado y lo sobrevivió casi diez años al escritor. Dijo Borges: “Nadie cree que los gatos son buenos compañeros, pero lo son. Estoy solo, acostado, y de pronto siento un poderoso brinco: es Beppo, que se sienta a dormir a mi lado, y yo percibo su presencia como la de un dios que me protegiera”. Y también: “Siempre preferí el enigma que suponen los gatos”.
El excelente soneto “A un gato” de “El oro de los tigres”, con todos los temas y las palabras inconfundibles de Borges:
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
,ás remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.
En mi último tigre nos dice: “En mi vida siempre hubo tigres. Tan entretejida está la lectura con los otros hábitos de mis días que verdaderamente no sé si mi primer tigre fue el tigre de un grabado o aquel, ya muerto, cuyo terco ir y venir por la jaula yo seguía como hechizado del otro lado de los barrotes de hierro. A mi padre le gustaban las enciclopedias; yo las juzgaba, estoy seguro, por las imágenes de tigres que me ofrecían. Recuerdo ahora los de Montaner y Simón (un blanco tigre siberiano y un tigre de Bengala) y otro, cuidadosamente dibujado a pluma y saltando, en el que había algo de río. A esos tigres visuales se agregaron los tigres hechos de palabras: la famosa hoguera de Blake (Tyger, tyger, burning bright) y la definición de Chesterton: Es un emblema de terrible elegancia. Cuando leí, de niño, los Jungle Books, no dejó de apenarme que Shere Kahn fuera el villano de la fábula, no el amigo del héroe (al igual que Soriano). Querría recordar, y no puedo, un sinuoso tigre trazado por el pincel de un chino, que no había visto nunca un tigre, pero que sin duda había visto el arquetipo del tigre. Ese tigre platónico puede buscarse en el libro de Anita Berry, Art for Children. Se preguntará razonablemente ¿por qué tigres y no leopardos o jaguares? Sólo puedo contestar que las manchas me desagradan y no las rayas. Si yo escribiera leopardo en lugar de tigre, el lector intuiría inmediatamente que estoy mintiendo… Este último tigre es de carne y hueso (en el zoológico de Cutini). Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros”
Tigre deriva de “thigra”, palabra iraní que significa agudo, punzante. En China, se enlaza con lo “yang”, lo masculino y fuerte por su vitalidad y energía.
El otro poeta hechizado por la hermosura tigresca es William Blake (1757-1827) que escribió El tigre, uno de los poemas más admirados por Borges.
Borges siempre estimó que la sustancia de lo real se escapa de las palabras. Y esto es lo que ocurre con el tigre. El verdadero, el otro tigre, sólo late fuera de ellas. Por eso es una criatura inefable, late, es preverbal, El otro tigre (El Hacedor):
Pienso en un tigre. La penumbra exalta
La vasta Biblioteca laboriosa
Y parece alejar los anaqueles;
Fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,
Él irá por su selva y su mañana
Y marcará su rastro en la limosa
Margen de un río cuyo nombre ignora
En su mundo no hay nombres ni pasado
Ni porvenir, sólo un instante cierto.)
Y salvará las bárbaras distancias
Y husmeará en el trenzado laberinto
De los olores el olor del alba
Y el olor deleitable del venado;
Entre las rayas del bambú descifro
Sus rayas y presiento la osatura
Bajo la piel espléndida que vibra.
En vano se interponen los convexos
Mares y los desiertos del planeta;
Desde esta casa de un remoto puerto
De América del Sur, te sigo y sueño,
Oh tigre de las márgenes del Ganges.
Cunde la tarde en mi alma y reflexiono
Que el tigre vocativo de mi verso
Es un tigre de símbolos y sombras,
Una serie de tropos literarios
Y de memorias de la enciclopedia
Y no el tigre fatal, la aciaga joya
Que, bajo el sol o la diversa luna,
Va cumpliendo en Sumatra o en Bengala
Su rutina de amor, de ocio y de muerte.
Al tigre de los símbolos he opuesto
El verdadero, el de caliente sangre,
El que diezma la tribu de los búfalos
Y hoy, 3 de agosto del 59,
Alarga en la pradera una pausada
Sombra, pero ya el hecho de nombrarlo
Y de conjeturar su circunstancia
Lo hace ficción del arte y no criatura
Viviente de las andan por la tierra.
Un tercer tigre buscaremos. Éste
Será como los otros una forma
De mi sueño, un sistema de palabras
Humanas y no el tigre vertebrado
Que, más allá de las mitologías,
Posa la tierra. Bien lo sé, pero algo
Me impone esa aventura indefinida,
Insensata y antigua, y persevero
En buscar por el tiempo de la tarde
El otro tigre, el que no está en el verso.
Otro de los grandes admirados por Borges fue Enrique Banchs, el mejor hacedor de sonetos del siglo XX (incluso superior a Borges y que dejó su obra clausurada a los 24 años) lo superó en un formidable soneto del cual toma la palabra para la visión suprema del Aleph, la totalidad del universo transformada en una esfera tornasol…
Tornasolando el flanco a su sinuoso
paso va el tigre suave como un verso
y la ferocidad pule cual terso
topacio el ojo seco y vigoroso.
Y despereza el músculo alevoso
de los ijares, lánguido y perverso
y se recuesta lento en el disperso
otoño de las hojas. El reposo…
El reposo en la selva silenciosa.
La testa chata entre las garras finas
y el ojo fijo, impávido custodio.
Espía mientras bate con nerviosa
cola el haz de las férulas vecinas,
en reprimido acecho…así es mi odio.