La chica del puente (Le fille sur le pont,1999)
Un realismo mágico y romántico
Los trenes y los puentes son los dos elementos dramáticos y a la vez románticos que más se han utilizado en el cine. De los trenes, los ejemplos son infinitos y. si son antiguos a vapor, mucho más. Ocho años antes otra gran película francesa Les amants du Pont Neuf (1991) que pese a su nombre es el más antiguo de París, se narra una historia de amor entre dos vagabundos, un artista de circo frustrado y una pintora que se está quedando ciega y acaba de romper una relación. Le fille sur le pont de Patrice Leconte, con elementos comunes, sin embargo, poco tiene que ver con aquella en su realización.
El primer acierto de Leconte es haber filmado un guión (y diálogos) de otro profesional a pesar de ser él un avezado guionista Otras elecciones acertadas fueron la extensa, variada, dulce sin empalagar, banda sonora y canciones, muchas de ellas antiguas pero recordables y fundamentalmente del magnífico blanco y negro que nos transporta hacia el aura romántica de otros tiempos y de las más grandes películas de amor.
La edición es ágil, con el ritmo, los cortes de secuencia abruptos esenciales en una comedia y nos recuerda que Leconte es un especialista del cine de animación, un experto, lo que le permitió componer las imágenes y los diálogos con absoluta libertad sin apegarse a coherencias convencionales. Esta es otra de las ventajas del trabajo en equipo pues, efectivamente, él pudo ocuparse de la realización, de la puesta, de los actores, coordinando el trabajo de sus colaboradores y ocupándose del suyo creativamente.
Todo comienza y quizás ¿termina? con lo que alguien escribió alguna vez: Todo encuentro casual es una cita. Una suicida de 21 años que no encontró su otra mitad en el amor a pesar de su vasta experiencia sexual, en medio del puente se arroja al Sena debido a su mala suerte pero es salvada por un artista de circo “lanzador de cuchillos”. En ese puente de la muerte él le propone, dado que ella ya no le teme, que sea su diana en el espectáculo de circo recibiendo los “lanzamientos” alrededor de su cuerpo. A la relación profesional él le agrega un cierto suspenso pues le asegura que nunca tuvo sexo con una partenaire. Ella seguirá intentando sexualmente encontrar su amor con cuanto hombre apuesto se le cruce, mientras que la pareja protagonista nunca se tocará ni un pelo. El puente para la muerte ahora, la unión de estos dos seres, será él lanzando cuchillos alrededor del cuerpo de ella en las presentaciones circenses.
Ellos se acercan y se alejan emocional y apasionadamente en el trabajo que cada vez se hace más intenso porque el juego de la presentación se vuelve cada vez más peligroso. Ellos se necesitan pero sin develarnos explícitamente quién está ayudando a quién. ¿El puente del principio será el que una estas dos vidas sin futuro y sin ilusiones para entregarles un destino?
No es necesario resaltar la carga sexual del cuchillo alrededor del cuerpo de ella en cada presentación y que siempre le deja algún rasguño leve porque se clavó demasiado cerca de su piel. Antes de habilitar el epílogo, en una escena cargada de erotismo. Pasa un tren y ellos penetran en un galpón a practicar el lanzamiento de cuchillos con la banda sonora de una canción arrulladora, él en los últimos lanzamientos cierra los ojos, ella también y la cámara gira y la pone horizontal mientras la luz exterior penetra las hendiduras de los tablones de la pared y ciega partes del cuadro. Ambos terminan agitados, sin haberse tocado, están a 4 m de distancia o más, como habiendo tenido una relación muy fuerte, agotados. El blanco y negro juega un papel importante porque, como los buenos fotógrafos, Jean-Marie Dreujou ilumina las sombras. Una iluminación plana y de color le hubiera quitado todo el encanto al clímax erótico que no requiere de ningún acercamiento ni desnudez. La falla en el lanzamiento con la que jugó toda la historia, el peligro y la tensión sexual, la muerte de ella por un cuchillazo mal lanzado, se transforma en esa “pequeña muerte” que simula una especie de orgasmo. El fuerte contraste entre el puro blanco (él viste un traje blanco en muchas situaciones) y el negro de este filme acentúa la pura acción, decisiones drásticas que hay que tomar a cada paso desde el principio al fin de cada vida nuestra. Los grises no sirven.
Otra de los temas que atraviesa la película que comienza con una casualidad es el azar, la mala suerte que siempre acompañó a ella se transforma de a poco en suerte en el juego. Creer en el juego, en el circo, en los casinos, en el azar, es otra posibilidad de darle un sentido a la existencia a veces con más probabilidad de éxito y menos tristes o complejas para seres comunes como la ciencia o la religión. La mala suerte puede acabar si se hace caso de las señales y uno tiene confianza en sí mismo y en el otro. Los seres más inteligentes juegan como niños hasta su muerte.
Al estar la historia fuera del tiempo, fuera de todo, le permite al realizador hacer cosas inesperadas, sin coherencia, permitiéndose todo, pues de otro modo, con una puesta más clásica se hubiera perdido toda la frescura y liviandad (en el buen sentido) que emana de la película.
Cuando el espectador acepta el Contrato (como en toda película siempre se establece un Contrato, de qué va la película) y percibe la ilogicidad del relato, que no es racional sino azaroso como la vida, empieza a disfrutar por entero. Esa falta de racionalidad se compensa sobradamente porque los personajes son verosímiles, con iguales emociones, pasiones, obsesiones como cualquiera de nosotros. El amor los potencia hasta el punto de manejar los hilos de la suerte (por eso ella gana en el casino apostando siempre al mismo número, no por una martingala o un estudio matemático, gana un auto que luego se abandona, etc.).
La película tiene una duración de menos de 90 minutos, justo lo que propone otro gran realizador finlandés, Aki Kaurismaki y no eso bodoques hollywodenses que llegan al doble de tiempo (y más aún de presupuesto).
La protagonizan Daniel Auteill y Vanessa Paradis, él recibió el premio César y es uno de los mejores actores franceses que pasó también recientemente por la dirección en una buena trilogía de época. Ella se gana al espectador a medida que la película avanza. Los dos forman una pareja con una química especial que, según el propio director, es la que se vivió en los set de filmación con todo el equipo. La mágica poesía visual del blanco y negro (¿igual que en Tatú de MGómes otra película de un amor desbordado?), los silencios, gestos y miradas plenas de deseo que Auteill enfatiza y ella acompaña con ojos tristes y expresivos (él le dice a un vagabundo como él cerca del final “…lo único para tener un futuro es encontrar una chica de grandes ojos en un puente…”).
Dónde si no en un puente podrá encontrarse el amor, encontrar la otra mitad del billete que uno tiene y que le dé el valor entero, que le dé sentido a la existencia de los seres comunes. El relato no sigue una línea lógica ni racional pero los personajes tienen sentimientos verdaderos y son absolutamente creíbles, entrañables. Quién le tiende la mano a quién, quién necesita del otro. Cuál de ellos salva y cuál es salvado…Esa persona que le da valor al billete cortado es, al fin, quien permite vencer cualquier obstáculo y la “mala suerte”…
El cine (el arte) a veces se define como arrojar una botella al mar con un mensaje, más intensa es la definición de lo que hace cualquiera a diario: arrojar cuchillos a ciegas o esperar lo incierto como una diana que respira en silencio, ambos entre el temor y el placer.
¿Qué lleva al ser humano a estar al borde de la desesperación, la angustia y el pesimismo de la desesperanza? ¿Qué temor lo lleva a dejar atrás todo su pasado y renunciar al futuro? La soledad y la desconfianza en el otro. Juntos, la suerte se completa, separados es el fracaso.
Mientras el amor prospere, la suerte no perecerá.
por Mónica Muiño Crespo