“Terrenal” de Mauricio Kartun
La obra se estrenó en 2014 en el Teatro del Pueblo, el autor y director Mauricio Kartun aborda el tema de la propiedad privada, el trabajo y el individualismo a partir de la historia bíblica de los hermanos Caín y Abel.
Terrenal es una versión bizarra y gauchesca de la historia de Caín y Abel. Según el Génesis, fueron los hijos de Eva y Adán, nacidos fuera del Paraíso. Caín –el mayor– se dedicó a la agricultura y Abel –el más libre– al pastoreo. Un día presentaron sus sacrificios a Dios, quien al verlos prefirió la ofrenda de Abel (ovejas) a la de Caín (frutos de la tierra). Caín se volvió loco de celos y mató a su hermano. Sabiendo Dios lo que había ocurrido, castigó a Caín condenándolo a vagar por el mundo, con una marca particular en su cabeza. En este peregrinaje Caín edificó la primera ciudad de la humanidad. Hasta aquí los hechos míticos y religiosos.
Mauricio Kartun –autor y director- recrea el mito hebreo y propone una obra en la que todo aparece transfigurado en tiempo y espacio. Aquí hay dos hermanos peleados a muerte compartiendo un loteo fracasado en algún triste paraje de la provincia de Buenos Aires. Caín trabaja la tierra, produce morrones, que lo vende al antiguo mercado de Abasto. Abel, al contrario, es un vagabundo, querible y bebedor, que escarba la tierra para sacar lombrices y venderlos como carnada. Los hermanos son obligados por la sangre a compartir esa tierra partida al medio, a la que nunca podrán volver morada común.
Para estos Caín y Abel criollos, el problema no son los celos, sino la posesión de la tierra. Caín la trabaja incansablemente, se alimenta sólo de su producción, que es un morrón extraordinario. Abel en cambio tiene pinta de ciruja, pasa sus días en una banquina polvorienta donde vende carnada y bebe a granel. Ambos esperan hace años a su Tata –el dador del terreno– a quien rememoran y rinden culto. Luego de 20 años, el Tata al fin llega, entra al escenario con su majestuosa presencia gauchesca, payasesca y un poco chanta. Luego de producir la emoción y algarabía de sus hijos, que caen de rodillas ante su aparición, hace una revelación escandalosa. El terreno es propiedad de los hijos, pero por usucapión, un término que significa que pasado un número de años la tierra pasa a ser propiedad de quien la ocupa. Son propietarios, pero no por regalo ni por derecho, sino porque son y fueron ocupas.
Fuente: Suplemento Radar – Página 12